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Novena de la Medalla Milagrosa

Virgen y Madre Inmaculada, míranos con ojos misericordiosos, somos tus hijos que vienen a ti, llenos de confianza y amor, a implorar tu maternal protección, y a darte gracias por el gran don celestial de tu bendita Medalla Milagrosa. Creemos y esperamos en tu Medalla, Madre nuestra del cielo, y la amamos con todo nuestro corazón, y tenemos la plena seguridad de que seremos atendidos en todas nuestras plegarias. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

Las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa constituyen indudablemente una de las pruebas más exquisitas de su amor maternal y misericordioso. Amemos a quien tanto nos amó y nos ama. “Si amo a María —decía san Juan Bérchmans — tengo asegurada mi eterna salvación”. Como su feliz vidente y confidente, santa Catalina Labouré, pidámosle cada día a Nuestra Señora, la gracia de su amor y de su devoción.

«Una gran señal apareció en el cielo: una mujer revestida del sol, la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas. Estaba encinta y gritaba de dolor en el trance del parto… La mujer dio a luz un varón, que ha de apacentar a todas las naciones con vara de hierro» [Ap.12, 1-2. 5].

La Medalla, en su anverso, representa a María como una mujer llena de luz. Esta imagen enseguida recuerda a la mujer del Apocalipsis. María es mujer celestial, mujer de lo alto. Por ello, los santos padres llamaron a María la segunda y nueva Eva. María, siendo de nuestra raza, es hija de la Eva terrenal; pero, al mismo tiempo, llena de gracia, es mujer reflejo de Dios, Eva celestial.

En toda la Biblia, en la misteriosa historia de amor de Dios hacia a la hu­manidad, aparece la mujer, la Eva terrenal, figura de nuestra humanidad creada y pecadora. Y al hilo de esa misma historia, también va apareciendo la mujer celestial, nuestra María: al inicio solo aparece de manera velada, corno la mujer de la gran promesa de Dios al linaje humano [Gen 3, 15]. Luego, la mujer nueva, en alusión a María, va presentándose con mayor claridad en los profetas y los sabios de Israel: “Mirad: la joven está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombro Enmanuel” [Isaías 7, 14]; «Con todo honor entra la princesa vestida de tisú y de oro y brocados. La condu­cen hasta el rey» [Salmo 45 (44) 141. Esta mujer nueva, María, aparece en Caná como la novia del esposo, el Señor Jesús, y juntos son los verdaderos protagonistas de las bodas del vino abundante, bodas que son signo de la nueva alianza de Dios con su pueblo [Jn.2]. Esta mujer nueva, María, es mujer muy humana y terrena y, a la vez, mujer celestial de Dios.

Pidamos con fe y confianza las gracias que deseemos alcanzar de María en este día de su novena

 Rezar tres Avemarías con la jaculatoria: OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A VOS.

Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro socorro, haya sido desamparado de Vos. Animado por esta confianza, a Vos también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.

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