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Novena de la Medalla Milagrosa

Virgen y Madre Inmaculada, míranos con ojos misericordiosos, somos tus hijos que vienen a ti, llenos de confianza y amor, a implorar tu maternal protección, y a darte gracias por el gran don celestial de tu bendita Medalla Milagrosa. Creemos y esperamos en tu Medalla, Madre nuestra del cielo, y la amamos con todo nuestro corazón, y tenemos la plena seguridad de que seremos atendidos en todas nuestras plegarias. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

Fueron tantos y tan portentosos los milagros obrados por doquier por la nueva medalla (conversiones de pecadores obstinados, curación de enfermos desahuciados, hechos maravillosos de todas clases) que la voz popular empezó a denominarla con el sobrenombre de la medalla de los milagros, la Medalla Milagrosa; y con este apellido glorioso se ha propagado rápidamente por todo el mundo. Deseosos de contribuir también nosotros a la mayor gloria de Dios y honor de su Madre Santísima, seamos desde este día apóstoles de su milagrosa medalla.

«Estaba hablando a la multitud, cuando se presentaron su madre y sus hermanos, que estaban afuera, deseosos de hablar con él. Uno le dijo: – Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y desean hablar contigo. Él contestó al que se lo decía: – es mi madre? ¿Quiénes son mis her­manos? Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: – ¡Ahí están mi madre y mis hermanos! Cualquiera que haga la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» [Mt 12, 46-50].

María, que guardaba todo en su corazón, un día dejó su casa para ir en busca del rabí de Nazaret y observarlo discretamente. Al escuchar sus bie­naventuranzas –»felices los pobres, los humildes, los limpios de corazón»–, María sintió como si él estuviera dirigiéndose a ella. Un día, María lo escu­chó comparando a Dios con una mujer que busca su monedita perdida y pone levadura en la masa y entonces recordó cómo ella había hecho lo mismo en su humilde casa. Oyendo sus palabras, María revivió sus días en Nazaret. Escuchando a su hijo fue haciéndose discípula suya, fue amándolo más y, silenciosa entre la muchedumbre, se alegraba con los enfermos cu­rados y los niños bendecidos. Se fue acercándose al círculo de sus amigos íntimos y aunque, como ellos, no lo acaba de entender del todo, comenzó a seguirlo día y noche.

Pidamos con fe y confianza las gracias que deseemos alcanzar de María en este día de su novena

 Rezar tres Avemarías con la jaculatoria: OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A

Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro socorro, haya sido desamparado de Vos. Animado por esta confianza, a Vos también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.

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