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Domingo de Pascua

Domingo de Resurrección:

Una esperanza viva para siempre

La Iglesia de los orígenes no celebró sino una sola fi esta, la Pascua. No solo era la fi esta por excelencia, sino la única fi esta, la fi esta total de la cual no podía existir ninguna otra. La muerte y resurrección de Jesucristo era el núcleo de la predicación apostólica, el contenido de la fe y de los sacramentos. La vida social de la comunidad consistía en reflejar la pascua de Jesús en la convivencia y en la calle. La pascua es tan antigua como la misma Iglesia. Todas las celebraciones han nacido de la pascua. La pascua de Cristo en nosotros como esperanza de la gloria, una esperanza viva para siempre. La pascua de Cristo no es solo un suceso que ocurre dentro de la historia. Es un acontecimiento que funda y configura la historia. Con la resurrección de Cristo la eternidad se inserta en el corazón del tiempo. Y el núcleo de la predicación apostólica es que el Viviente, Cristo vive dentro de la comunidad. La pascua nos hace contemporáneos y partícipes de Cristo y de los misterios redentores de su vida. Cristo con su muerte y resurrección destruyó nuestro hombre viejo. Resucitando recreó nuestra vida nueva. Hay algo maravilloso y evidente en nuestra fe: si Dios es amor, resucitar es amar. La resurrección es un mensaje de animación y de vida. Parte de nosotros, de un Cristo no solo conocido, sino vivido. La resurrección nos invita e invita a la comunidad cristiana a renovarnos, pero no a renovar solo los papeles, sino renovarnos las personas. Hay que establecer contactos, y no solo proyectos. Debemos renovar convenciendo, no venciendo y pasar a ser una Iglesia misionera y en permanente misión para ser testigo de “esperanza viva para siempre”. La resurrección de Cristo nos exige pasar de ser una Iglesia instalada en el mundo a una Iglesia siempre comprometida en el cambio del mundo y siempre comprometida en la causa de los pobres y olvidados (Pastoral diocesana).

 

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