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Novena a la Medalla Milagrosa

Virgen y Madre Inmaculada, míranos con ojos misericordiosos, somos tus hijos que vienen a ti, llenos de confianza y amor, a implorar tu maternal protección, y a darte gracias por el gran don celestial de tu bendita Medalla Milagrosa. Creemos y esperamos en tu Medalla, Madre nuestra del cielo, y la amamos con todo nuestro corazón, y tenemos la plena seguridad de que seremos atendidos en todas nuestras plegarias. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

«Entró el ángel a donde estaba ella y le dijo: —Alégrate, favorecida, el Señor está contigo. Al oírlo, ella se turbó y discurría qué clase de saludo era aquel. El ángel le dijo: —No temas, María, que gozas del favor de Dios» [Lc.1, 28-30].

El Dios de Israel, nuestro Dios, es el que viene, entra y nos sobresalta. María, tras la fiesta de sus desposorios con José, había vuelto a la casa de su familia. Volvía a su tarea habitual de cada día. Estaba enamorada de su presente y de su futuro, de la llegada del día de su matrimonio, de unir definitivamente su vida a la de José, de dejar la casa de sus padres y de ir a vivir a su casa matrimonial, enamorada de ser madre y tener hijos, enamorada, como todo israelita, de esperar al Mesías…

Y estando «a lo suyo», alguien de Dios, Dios mismo, entra y la sobre­salta con palabras que agitaron su interior y dieron un vuelco a su corazón: alégrate, más que por estar desposada con José, porque eres bendecida de Dios, porque eres su preferida, su amada y su agraciada. Dios está completamente enamorado de ti y quiere ser tu Amado, Él quiere ser para ti y quiere que tú seas para Él. Y María «se turbó». «Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos» [1s 55, 8].

Pidamos con fe y confianza las gracias que deseemos alcanzar de María en este día de su novena

Rezar tres Avemarías con la jaculatoria: OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A VOS.

Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro socorro, haya sido desamparado de Vos. Animado por esta confianza, a Vos también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.

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