La Candelaria es una fiesta muy popular. Cuarenta días después de la Navidad, se celebra esta fiesta, que conmemora la Presentación del Señor en el templo, acontecimiento del que habla el evangelista Lucas en el capítulo 2. En Oriente, la celebración de esta fiesta se remonta al siglo IV, y desde el año 450 se denomina «Fiesta del Hipapante o del Encuentro», porque Jesús «encuentra» el templo y a sus sacerdotes, pero también a Simeón y Ana, figuras del pueblo de Israel, que aguarda al Salvador, al Mesías, al Señor… Hacia mediados del siglo V, la fiesta también se celebra en Roma.
Por eso se decidió fijar una fecha para unirnos todos los cristianos en oración
Los cristianos deseamos vivir unidos como una sola familia: la Iglesia de Cristo. Y no nos quedamos de brazos cruzados: rezamos por la unidad, organizamos encuentros para conocernos mejor, dialogamos y queremos ser testigos del Amor de Cristo poniéndonos al servicio de todo el mundo. A todo esto lo llamamos ecumenismo. Jesús fundó una sola Iglesia, pero a lo largo de la historia, por distintas circunstancias, hubo falta de entendimiento entre los cristianos y se produjeron separaciones y distanciamientos. ¡A veces en nuestras familias también ocurren estas cosas! Pero el deseo de Jesús es otro: «Padre, que todos sean uno» (Jn 17, 21). ¡Todos los cristianos estamos llamados a caminar, orar y trabajar juntos por la Reconciliación!
El 30 de septiembre de 2019, el papa Francisco estableció en la carta apostólica Aperuit illis «que el III domingo del tiempo ordinario se dedique
a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios» (n. 3). Un domingo en el que «de manera especial, será útil destacar su proclamación y adaptar la homilía para poner de relieve el servicio que se hace a la Palabra del Señor» (ibíd.).
Aperuit illis dedica una especial atención a la homilía: «La homilía […] posee “un carácter cuasi sacramental” (EG, n. 142). Ayudar a profundizar en la Palabra de Dios, con un lenguaje sencillo y adecuado para el que escucha, le permite al sacerdote mostrar también la “belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la práctica del bien” (EG, n. 142). Esta es una oportunidad pastoral que hay que aprovechar» (n. 5).
Y se añade: “De hecho, para muchos de nuestros fieles esta es la única oportunidad que tienen para captar la belleza de la Palabra de Dios y verla relacionada con su vida cotidiana. Por lo tanto, es necesario dedicar el tiempo apropiado para la preparación de la homilía […]. Cuando uno se detiene a meditar y rezar sobre el texto sagrado, entonces se puede hablar con el corazón para alcanzar los corazones de las personas que escuchan, expresando lo esencial con vistas a que se comprenda y dé fruto. Que nunca nos cansemos de dedicar tiempo y oración a la Sagrada Escritura, para que sea acogida “no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios” (1 Tes 2, 13)» (n. 5).
<HAZ EL BIEN; BUSCA LA JUSTICIA» cf. Isaías 1, 17 «Cuando entráis en mi presencia y penetráis por mis atrios, quién os exige esas cosas? No traigáis más ofrendas injustas, el humo de su cremación me resulta insoportable. Novilunio, sábado, asamblea… no soporto reuniones de malvados. Cuando tendéis las manos suplicantes, aparto mi vista de vosotros; por más que aumentéis las oraciones, no pienso darles oído; vuestas manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos; apartad de mi vista todas vuestras fechorías; dejad ya de hacer el mal. Aprended a hacer el bien, tomad decisiones justas, restableced al oprimido, haced justicia al huérfano, defended la causa de la viuda. Venid y discutamos esto, dice el Señor. Aunque sean vuestros pecados tan rojos como la grana, blanquearán como la nieve; aunque sean como la púrpura, como lana quedarán». Isaías 1, 12-18
¿Qué significa actuar con justicia y hacer el bien? — No juzgar a nadie por su apariencia, ni despreciarlo, ni discriminarlo, ni considerarlo inferior a nosotros. ¡Todos hermanos! — Respetar a todas las personas, cortar los lazos de la injusticia, de la violencia, de la guerra, del odio… y sustituirlos por lazos de amor y fraternidad. — Aprender a perdonar y enterrar los rencores, ayudarnos unos a otros, sin olvidar a los más débiles y los que más sufren. — Tratar a los demás como nos gusta que nos traten. — Y amar a todos con un corazón grande, incluso a aquellos que a veces nos hacen daño.
“Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones”
«¡Cuántas preguntas se nos imponen en este lugar! Siempre surge de nuevo la pregunta: ¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal? No podemos escrutar el secreto de Dios. Solo vemos fragmentos y nos equivocamos si queremos hacernos jueces de Dios y de la historia. En ese caso, no defenderíamos al hombre, sino que contribuiríamos solo a su destrucción”
«Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra”.
«Siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante».
«Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos».
ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO
“Como las mujeres del Evangelio en el sepulcro, estamos aquí con el perfume de la gratitud y el ungüento de la esperanza para demostrarle, una vez más, ese amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma unción, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo esparcir a lo largo de los años. Queremos decir juntos: “Padre, en tus manos encomendamos su espíritu”.
“Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz”.
Epifanía quiere decir manifestación de Jesús a todos los pueblos, representados hoy por los Magos, que llegaron a Belén desde Oriente para rendir homenaje al Rey de los judíos, cuyo nacimiento habían conocido por la aparición de una nueva estrella en el cielo.
Antes de la llegada de los Magos el conocimiento del nacimiento de Jesús apenas había superado el círculo familiar: además de María y José, y probablemente de otros parientes, sólo era conocido por los pastores de Belén, los cuales, al oír el gozoso anuncio, habían acudido a ver al Niño mientras aún se hallaba recostado en el pesebre. Así, la venida del Mesías, el esperado de las naciones, anunciado por los profetas, inicialmente permanecía oculto. Solo la llegada de los Magos a Jerusalén solicitando noticias acerca del “Rey de los judíos” le sacó del ocultamiento.
Los magos al buscar al rey de los judíos se dirigieron al palacio real, donde residía Herodes. Pero este no sabía nada de dicho nacimiento y, muy preocupado, convocó inmediatamente a los sacerdotes y los escribas, los cuales, basándose en la célebre profecía de Miqueas, afirmaron que el Mesías debía nacer en Belén. Y, de hecho, tras reanudar su camino en esa dirección, los Magos vieron de nuevo la estrella, que los guío hasta el lugar donde se encontraba Jesús. Al entrar, se postraron y lo adoraron, ofreciendo regalos simbólicos: oro, incienso y mirra. (cfr. monasteriodelescorial.com/homilia).
En esta fiesta de la Sagrada Familia nos acercamos a contemplar, de la mano de la Virgen María y de san José, el misterio del Dios encarnado por amor a nosotros, pidiéndoles que nos ayuden a descubrir la familia como lugar privilegiado de acogida y discernimiento de la vocación al amor. Oremos en esta celebración para que nuestros hogares sean semillero de vocaciones a los diversos estados de la vida cristiana.
ORACIÓN
Oh, Dios, te damos gracias porque nos permitiste participar de tu paternidad divina al darnos como don y regalo a nuestros hijos. Son tuyos y a ti te los ofrecemos. Te pedimos que nunca se aparten de ti: líbralos de todo mal, llévalos por el camino de la vida, protégelos al abrigo de tu corazón, cuídalos y consérvalos buenos, firmes en la fe y sanos en su alma y en su cuerpo. Dales luz para conocer tu proyecto de amor para ellos y la fuerza de tu Espíritu que los haga valientes para cumplirlo.
Y a nosotros, concédenos ser buenos padres para que a través de nuestro testimonio descubran el amor que les tienes. Que nuestra familia sea Betania donde tu corazón descanse, “iglesia doméstica” en que se alimente y cuide la vida de santidad, y semillero de vocaciones de los distintos estados de la vida cristiana.
A la Sagrada Familia de Nazaret confiamos nuestro hogar: guardadnos en vuestro amor y guiadnos siempre hasta el hogar del cielo. Amén.
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