Domingo 5º de Cuaresma:
Una esperanza entregada
El ser humano es un buscador nato. Cuando se rinde y acomoda en el camino, pierde su esencia e identidad, se rompe a sí mismo, desconecta de la realidad y no ve a Dios. Nacemos a la vida en un espacio por hacer, venimos de la gratuidad y buscamos la realización en el quehacer de nuestra existencia. Necesitamos ser amados y amar, o mejor, tomar conciencia de lo amados que somos y de la capacidad que tenemos para amar. Somos seres para la alianza porque nos podemos mover en el ámbito del amor. El momento actual donde la tierra grita, el ser humano enferma y nos sentimos llamados a un cambio profundo hemos de redescubrir nuestra vocación para la alianza con la naturaleza, con todo lo creado. Ver a Dios es entrar en su casa, vivir en familiaridad total, comer con él, participar de su amor y su vida diaria. En Cristo encontramos el camino que sacia nuestra búsqueda interior y profunda. Él es el camino, quien lo ve a él, ve al Padre. Encontrarnos con Cristo y entrar en sus sentimientos es el modo de glorificar a Dios y de sentirnos nosotros glorificados. La clave de la gloria está a mano: “Si cae en tierra, muere, da mucho fruto”. La Eucaristía es el sacramento de la gloria, de la vida que se entrega, en la que Dios renueva esa alianza eterna y amorosa. Dichosos los que estamos llamados a esta mesa. Dios ama al mundo “saliendo de sí” porque su “interés” no es él mismo, sino sus “hijos”. Es transitivo, no autorreferencial. La mascarilla no es para protegerse del otro, sino para defenderle. Todas las restricciones y confinamientos no son en función de nosotros mismos, sino de los demás. No el bien propio, sino el bien común. Se trata de abrir la jaula de nuestro egoísmo, salir de nosotros mismos y volar con la libertad de que quien de verdad ama. Perder para ganar como el grano de trigo. Morir de amor para sostener la vida. Hacer del dolor un regalo de amor. Una esperanza entregada por amor (Pastoral diocesana).]]>








En este tiempo de confusión y cambio mucho importa recuperar lo central y poner en valor lo que es importante. “Tanto amó Dios al mundo…” . Aquí está todo dicho. Desbordamiento de Dios amando, se derrama sobre el mundo en la encarnación del Hijo para hacer redención. Inundación, desmesura del amor de Dios. Los seguidores de quien dio la vida por el mundo debemos envolver y abrazar el mundo con la esperanza del Salvador. De ahí que la Iglesia debe ser una comunidad apasionada por la vida del hombre.
Iglesia, hogar cálido para que todos encuentren motivos para seguir esperando. Cómo duele sentir Iglesias sin calor materno, sin acogida cálida. Muchas veces “hace frío en la Iglesia” cuando no tiene entrañas de madre, sino que enjuicia, restringe o frena. Sólo una Iglesia madre capaz de amar en desmesura podrá engendrar, dar vida, generar nuevos convertidos, abrir brechas en los muros de la indiferencia; Jesús se propone en la Cruz como un signo, un signo de misericordia, de perdón, de reconciliación. ¿Qué experiencia vives cuando miras la Cruz? ¿Te cuesta ser acogedor, conciliador, paciente? ¿En qué momentos, con qué personas, en qué situaciones? ¿Experimentas tu parroquia como un lugar de acogida, como un hospital que cura a los heridos, más que un centro penitenciario? Conoces a alguna persona que haya vivido esto? (Pastoral diocesana).
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El próximo 19 de marzo, solemnidad de San José, se celebra el Día del Seminario. Este año bajo el lema, «Padre y hermano, como san José».
El objetivo de esta jornada es reflejar la figura de San José, en los sacerdotes, en un año en el que, si cabe, este santo ha tomado un mayor protagonismo tras declarar el Papa el Año de San José.
¿Cuál es el mensaje?
La Subcomisión Episcopal de Seminarios destaca en su reflexión teológica, que, bajo el cuidado de San José, los sacerdotes son enviados a cuidar la vida de cada persona, con el corazón de un padre, sabiendo además, que, cada uno de ellos es su hermano.]]> 
La pandemia ha puesto en crisis todo nuestro sistema de relaciones: con las personas, con la propia existencia, con la salud, el trabajo, la política y, por supuesto con la religión y Dios. El texto del evangelio nos invita a una renovación – purificación de las relaciones con Dios desde la óptica de lo nuevo que ha venido a traer Jesús. Purificación que afectará a los otros aspectos de nuestra vida. “Un templo sin mercaderes”, una religión sin mercaderes, sin comerciantes, sin marchantes, sin cambistas ni negociantes. Esta purificación del templo devuelve a la religión a su autenticidad y su ser en espíritu y verdad.
“Una Iglesia purificada”. La Iglesia necesitada siempre de conversión ha de sentirse interpelada, una vez más, por este texto de carácter profético de Jesús. En la base de lo denunciado en esta intervención de Jesús está:











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A mediados de la Cuaresma del año pasado (compartida con toda la humanidad), nos sorprendió una emergencia sanitaria y social. Ahora se han vuelto cotidianas palabras difíciles de vivir y pronunciar, como “estar en cuarentena”, “confinamiento”, “medidas

Diócesis de Ourense























El mundo ha superado los 95 millones de contagios por coronavirus. Pero hay otras cifras aún peores. Este año, más de 800 millones de personas padecerán hambre en el mundo. Y 1.300 millones se ven ya afectadas por la pobreza.