Día 3 de mayo, lunes: 9º día de la novena.
El Buen Samaritano.
Llegados al final de esta novena, hemos de reconocer que no produciría los frutos que el Señor desea si nos quedásemos solo en la contemplación de su sufrimiento por nosotros y del valor e importancia que nuestro sufrimiento, unido al de Cristo, tiene para la salvación del mundo. San Juan Pablo II nos transmite hoy, en nombre del Señor resucitado, una misión: ser los buenos samaritanos que no “pasan de largo”, con indiferencia, ante el sufrimiento del prójimo, sino que se “paran”, curan sus heridas y cargan sobre si con misericordia, en nombre del Resucitado, al hermano que encuentran postrado al borde del camino de la vida.
De S. Juan Pablo II: “Salvifici doloris” 28-29.
La parábola del buen Samaritano pertenece al Evangelio del sufrimiento. Indica, en efecto, cuál debe ser la relación de cada uno de nosotros con el prójimo que sufre. No nos está permitido «pasar de largo», con indiferencia, sino que debemos «pararnos» junto a él. Buen Samaritano es todo hombre, que se para junto al sufrimiento de otro hombre de cualquier género que ése sea. Esta parada no significa curiosidad, sino más bien disponibilidad. Es como el abrirse de una determinada disposición interior del corazón, que tiene también su expresión emotiva. Buen Samaritano es todo hombre sensible al sufrimiento ajeno, el hombre que «se conmueve» ante la desgracia del prójimo. Si Cristo, conocedor del interior del hombre, subraya esta conmoción, quiere decir que es importante para toda nuestra actitud frente al sufrimiento ajeno. Por lo tanto, es necesario cultivar en sí mismo esta sensibilidad del corazón, que testimonia la compasión hacia el que sufre. A veces esta compasión es la única o principal manifestación de nuestro amor y de nuestra solidaridad hacia el hombre que sufre.
Por consiguiente, es en definitiva buen Samaritano el que ofrece ayuda en el sufrimiento, de cualquier clase que sea. Ayuda, dentro de lo posible, eficaz. […] El hombre no puede «encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás», Buen Samaritano es el hombre capaz precisamente de ese don de sí mismo.
Siguiendo la parábola evangélica, se podría decir que el sufrimiento, que bajo tantas formas diversas está presente en el mundo humano, está también presente para irradiar el amor al hombre, precisamente ese desinteresado don del propio «yo» a favor de los demás hombres, de los hombres que sufren. Podría decirse que el mundo del sufrimiento humano invoca sin pausa otro mundo: el del amor humano; y aquel amor desinteresado, que brota en su corazón y en sus obras, el hombre lo debe de algún modo al sufrimiento.
“Por tu pasión y muerte en cruz, bendito Cristo de Ourense, ampáranos en la vida y en la muerte”. Pidamos al Santo Cristo de Ourense por nuestras intenciones y por las intenciones de toda la Iglesia (breve silencio).
Oración:
Oh Dios, que quisiste que tu amantísimo Hijo sufriese por nosotros el suplicio de la Cruz para arrojar de nosotros la tiranía del enemigo, concédenos a tus siervos, conseguir la gracia de la Resurrección. Por Cristo Nuestro Señor. Amén
Misa por los cofrades difuntos:


Fotos Novena





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Este sábado deseamos permanecer con María, Madre de Jesús y Madre nuestra, a los pies del Calvario. S. Juan Pablo II, gran enamorado de María, nos ayudará hoy a redescubrir la particularísima participación de nuestra Madre Celeste al Evangelio del sufrimiento mediante sus numerosos e intensos sufrimientos y la sobrenatural fecundidad para los fines de la salvación universal que ésta ha tenido. Escuchemos de nuevo aquellas palabras de Jesús a San Juan desde la cruz como si fuesen destinadas a cada uno de nosotros: “Mujer, ahí tienes a tu hijo … hijo, ahí tienes a tu Madre”.
De S. Juan Pablo II: “Salvifici doloris” 25.
Es ante todo consolador —como es evangélica e históricamente exacto— notar que, al lado de Cristo, en primerísimo y muy destacado lugar junto a Él está siempre su Madre Santísima por el testimonio ejemplar que con su vida entera da a este particular Evangelio del sufrimiento. En Ella los numerosos e intensos sufrimientos se acumularon en una tal conexión y relación, que si bien fueron prueba de su fe inquebrantable, fueron también una contribución a la redención de todos.
Más aún, después de los acontecimientos de la vida oculta y pública de su Hijo, indudablemente compartidos por Ella con aguda sensibilidad, fue en el Calvario donde el sufrimiento de María Santísima, junto al de Jesús, alcanzó un vértice ya difícilmente imaginable en su profundidad desde el punto de vista humano, pero ciertamente misterioso y sobrenaturalmente fecundo para los fines de la salvación universal. Su subida al Calvario, su «estar» a los pies de la cruz junto con el discípulo amado, fueron una participación del todo especial en la muerte redentora del Hijo, como por otra parte las palabras que pudo escuchar de sus labios fueron como una entrega solemne de este típico Evangelio que hay que anunciar a toda la comunidad de los creyentes.
Testigo de la pasión de su Hijo con su presencia y partícipe de la misma con su compasión, María Santísima ofreció una aportación singular al Evangelio del sufrimiento, realizando por adelantado la expresión paulina citada al comienzo. Ciertamente Ella tiene títulos especialísimos para poder afirmar lo de completar en su carne —como también en su corazón— lo que falta a la pasión de Cristo.
“Por tu pasión y muerte en cruz, bendito Cristo de Ourense, ampáranos en la vida y en la muerte”. Pidamos al Santo Cristo de Ourense por nuestras intenciones y por las intenciones de toda la Iglesia (
Oración
Oh Dios, que quisiste que tu amantísimo Hijo sufriese por nosotros el suplicio de la Cruz para arrojar de nosotros la tiranía del enemigo, concédenos a tus siervos, conseguir la gracia de la Resurrección. Por Cristo Nuestro Señor. Amén]]>

En este día de novena el Santo Cristo nos invita a entrar en una mayor intimidad con Él, pues quiere revelarnos, de la mano de S. Juan Pablo II, el Evangelio del sufrimiento: no solo indicándonos cómo el sufrimiento está presente en el Evangelio, si no también la fuerza salvadora del mismo en su misión mesiánica y en la misión de la Iglesia. Santa Teresa de Calcuta solía decir a menudo: “Jesús busca alguien que le consuele” y concluía “sé tú ese alguien”.
De S. Juan Pablo II: “Salvifici doloris” 25.
El Evangelio del sufrimiento significa no sólo la presencia del sufrimiento en el Evangelio, como uno de los temas de la Buena Nueva, sino además la revelación de la fuerza salvadora y del significado salvífico del sufrimiento en la misión mesiánica de Cristo y luego en la misión y en la vocación de la Iglesia.
El Evangelio del sufrimiento habla ante todo, en diversos puntos, del sufrimiento «por Cristo», «a causa de Cristo», y esto lo hace con las palabras mismas de Cristo, o bien con las palabras de sus Apóstoles. El Maestro no esconde a sus discípulos y seguidores la perspectiva de tal sufrimiento; al contrario, lo revela con toda franqueza, indicando contemporáneamente las fuerzas sobrenaturales que les acompañarán en medio de las persecuciones y tribulaciones «por su nombre». Estas serán en conjunto como una verificación especial de la semejanza a Cristo y de la unión con Él. «Si el mundo os aborrece, sabed que me aborreció a mí primero que a vosotros… pero porque no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por esto el mundo os aborrece… No es el siervo mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán…». «Esto os lo he dicho para que tengáis paz en mí; en el mundo habéis de tener tribulación; pero confiad: yo he vencido al mundo».
Cristo ha vencido definitivamente al mundo con su resurrección; sin embargo, gracias a su relación con la pasión y la muerte, ha vencido al mismo tiempo este mundo con su sufrimiento. Sí, el sufrimiento ha sido incluido de modo singular en aquella victoria sobre el mundo, que se ha manifestado en la resurrección. Cristo conserva en su cuerpo resucitado las señales de las heridas de la cruz en sus manos, en sus pies y en el costado. A través de la resurrección manifiesta la fuerza victoriosa del sufrimiento, y quiere infundir la convicción de esta fuerza en el corazón de los que escogió como sus Apóstoles y de todos aquellos que continuamente elige y envía. El apóstol Pablo dirá: «Y todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones».
“Por tu pasión y muerte en cruz, bendito Cristo de Ourense, ampáranos en la vida y en la muerte”. Pidamos al Santo Cristo de Ourense por nuestras intenciones y por las intenciones de toda la Iglesia (breve silencio).
Oración:
Oh Dios, que quisiste que tu amantísimo Hijo sufriese por nosotros el suplicio de la Cruz para arrojar de nosotros la tiranía del enemigo, concédenos a tus siervos, conseguir la gracia de la Resurrección. Por Cristo Nuestro Señor. Amén]]>


Santa Teresa de Calcuta, gran amiga de S. Juan Pablo II, decía a menudo: “cuando miro a la Cruz veo cuánto Dios me ha amado”. Hoy, contemplando a nuestro Santo Cristo y de la mano de estos dos grandes santos llegamos a la respuesta definitiva sobre el dolor. Cristo, víctima inocente, carga sobre si nuestro dolor y nuestra muerte y de ellas hace brotar la vida. La cruz, instrumento de muerte se convierte definitivamente, también para nosotros, en árbol de vida.
De S. Juan Pablo II: “Salvifici doloris” 16-18.
En su actividad mesiánica en medio de Israel, Cristo se acercó incesantemente al mundo del sufrimiento humano. «Pasó haciendo bien», y este obrar suyo se dirigía, ante todo, a los enfermos y a quienes esperaban ayuda. Curaba los enfermos, consolaba a los afligidos, alimentaba a los hambrientos, liberaba a los hombres de la sordera, de la ceguera, de la lepra, del demonio y de diversas disminuciones físicas; tres veces devolvió la vida a los muertos. Era sensible a todo sufrimiento humano.
Cristo sufre voluntariamente y sufre inocentemente. Acoge con su sufrimiento aquel interrogante que, puesto muchas veces por los hombres, ha sido expresado, en un cierto sentido, de manera radical en el Libro de Job. Sin embargo, Cristo no sólo lleva consigo la misma pregunta (y esto de una manera todavía más radical, ya que Él no es sólo un hombre como Job, sino el unigénito Hijo de Dios), pero lleva también el máximo de la posible respuesta a este interrogante. […] Cristo da la respuesta al interrogante sobre el sufrimiento y sobre el sentido del mismo, no sólo con sus enseñanzas, es decir, con la Buena Nueva, sino ante todo con su propio sufrimiento, el cual está integrado de una manera orgánica e indisoluble con las enseñanzas de la Buena Nueva. Esta es la palabra última y sintetica de esta enseñanza: «la doctrina de la Cruz», como dirá un día San Pablo.
El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ésta ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unida al amor, a aquel amor del que Cristo hablaba a Nicodemo, a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su arranque. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva. En ella debemos plantearnos también el interrogante sobre el sentido del sufrimiento, y leer hasta el final la respuesta a tal interrogante.
“Por tu pasión y muerte en cruz, bendito Cristo de Ourense, ampáranos en la vida y en la muerte”. Pidamos al Santo Cristo de Ourense por nuestras intenciones y por las intenciones de toda la Iglesia (breve silencio).
Oración:
Oh Dios, que quisiste que tu amantísimo Hijo sufriese por nosotros el suplicio de la Cruz para arrojar de nosotros la tiranía del enemigo, concédenos a tus siervos, conseguir la gracia de la Resurrección. Por Cristo Nuestro Señor. Amén]]>

Solamente el hombre, cuando sufre sabe que está sufriendo y, se pregunta el por qué. Hace, además, esta pregunta a otros seres humanos y la hace también a Dios. Veremos hoy, de la mano de San Juan Pablo II cómo Dios empieza a darnos una respuesta a través del Libro de Job, cuya historia podría reflejar la de tantos creyentes, la de tantas víctimas inocentes. La historia de Job (el paciente Job) es como un anuncio de la Pasión de Cristo. Contemplando hoy el sufrimiento que nos revela nuestro Santo Cristo traemos a la memoria y a la oración el sufrimiento de tantos inocentes y de las víctimas de esta pandemia.
De S. Juan Pablo II: “Salvifici doloris” 9-12.
El dolor, sobre todo el físico, está ampliamente difundido en el mundo de los animales. Pero solamente el hombre, cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué; y sufre de manera humanamente aún más profunda, si no encuentra una respuesta satisfactoria. […] ¿Por qué el mal? ¿Por qué el mal en el mundo? Ambas preguntas son difíciles cuando las hace el hombre al hombre, […] como también cuando el hombre las hace a Dios.
Es conocida la historia de [Job], que sin ninguna culpa propia es probado por innumerables sufrimientos. Pierde sus bienes, los hijos e hijas, y finalmente él mismo padece una grave enfermedad. En esta horrible situación se presentan en su casa tres viejos amigos […] el sufrimiento, para ellos, puede tener sentido exclusivamente como pena por el pecado […] Job, sin embargo, contesta la verdad del principio que identifica el sufrimiento con el castigo del pecado […] él es consciente de no haber merecido tal castigo, más aún, expone el bien que ha hecho a lo largo de su vida. Al final Dios mismo reprocha a los amigos de Job por sus acusaciones y reconoce que Job no es culpable.
La Revelación, palabra de Dios mismo, pone con toda claridad el problema del sufrimiento del hombre inocente: el sufrimiento sin culpa. Job no ha sido castigado, no había razón para infligirle una pena, aunque haya sido sometido a una prueba durísima. […] El libro de Job no es la última palabra de la Revelación sobre este tema. En cierto modo es un anuncio de la pasión de Cristo.
Ya en el Antiguo Testamento [aparece como] en los sufrimientos infligidos por Dios al Pueblo elegido está presente una invitación de su misericordia, la cual corrige para llevar a la conversión: «Los castigos no vienen para la destrucción sino para la corrección de nuestro pueblo» (2 Mac. 6,12).
“Por tu pasión y muerte en cruz, bendito Cristo de Ourense, ampáranos en la vida y en la muerte”. Pidamos al Santo Cristo de Ourense por nuestras intenciones y por las intenciones de toda la Iglesia (breve silencio).
Oración:
Oh Dios, que quisiste que tu amantísimo Hijo sufriese por nosotros el suplicio de la Cruz para arrojar de nosotros la tiranía del enemigo, concédenos a tus siervos, conseguir la gracia de la Resurrección. Por Cristo Nuestro Señor. Amén]]>




“Estes irmáns nosos que hoxe se presentan ante a Igrexa Francisco Martín García Amboage, de 23 anos, natural de Vigo e Francesco Salvatori, de 27 anos, natural de Roma, piden ser admitidos entre os candidatos á Orde sagrada, quedarán encomendados tanto a min coma a todos vós.
Cristo mandou: «Rogádelle ó dono da seara que mande xornaleiros á súa seitura.» Por isto, eles, conscientes da solicitude do Señor polo seu pobo e tendo en costa a necesidade que ten a Igrexa de ministros, están dispostos a responder con xenerosidade á chamada do Señor, dicindo co profeta: «Aquí estou, mándame.» Confiados no Señor, esperan ser fieis á súa vocación. Certamente, a través dos diversos acontecementos da vida foron presentindo e descubrindo a voz de Deus que os chamaba, e como homes prudentes viron nestes acontecementos o sinal da vontade de Deus.
É Deus mesmo quen move e axuda coa súa gracia a aqueles que chama a participar no sacerdocio xerárquico de Cristo; pero encoméndalles ós Bispos que, unha vez comprobada a idoneidade dos candidatos, os chamemos e os consagremos ó servicio de Deus e da Igrexa, sinalándoos para tal misión co selo peculiar do Espírito Santo. Desta maneira, quedan destinados, por medio da Orde sagrada, para perpetuala misión salvadora que Cristo veu realizar ao mundo….
Agora, pois, empuxados polo amor a Cristo e sentíndose fortalecidos pola acción íntima do Espírito Santo, decidiron manifestar publicamente o seu desexo de consagrarse ao servicio de Deus e dos homes. De hoxe en diante, pois, debedes cultivar con máis intensidade a vosa vocación, especialmente aproveitando aqueles medios cos que pode prestarvos auxilio e axuda a comunidade eclesial delegada para este fin. Todos nós, pola sosa parte, confiando no Señor, axudarémosvos coa caridade e a oración”.
Oración:
Escoita, Señor, a nosa oración e, pola túa bondade, dígnate + bendicir estes teus fillos que desexan consagrarse ó culto divino e ó servicio do teu pobo, no ministerio sagrado. Fai que perseveren na súa vocación, que, unidos con amor verdadeiro a Cristo sacerdote, cheguen a ser aptos para recibiren con dignidade o ministerio apostólico. Por Cristo, noso Señor. Amén.
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