Día 3 de mayo, lunes: 9º día de la novena.
El Buen Samaritano.



























Día 3 de mayo, lunes: 9º día de la novena.
El Buen Samaritano.
Día 2 de mayo, domingo: 8º día de la novena. V domingo de Pascua.
El Evangelio del sufrimiento – los Santos.
En este V Domingo de Pascua la liturgia nos propone el evangelio de la vid y los sarmientos y S. Juan Pablo II nos recuerda en su Carta Apostólica (de una forma casi profética respecto a su propia vida y al evangelio del sufrimiento que él mismo proclamó) que los santos respondieron con su sufrimiento personal a la llamada que Cristo les hizo a seguirlo. Ellos fueron y nosotros estamos llamados también a ser esos sarmientos que, unidos a Cristo-Vid, producen fruto abundante para la vida eterna. El papa llega incluso a afirmar algo que resulta escandaloso para los oídos del mundo de hoy: que el sufrimiento no solo no es algo inútil, si no que es una gracia especial que acerca interiormente al hombre a Cristo.
De S. Juan Pablo II: “Salvifici doloris” 26.
A través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial. A ella deben su profunda conversión muchos santos, como por ejemplo San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, etc. Fruto de esta conversión es no sólo el hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nuevo. Halla como una nueva dimensión de toda su vida y de su vocación. Este descubrimiento es una confirmación particular de la grandeza espiritual que en el hombre supera el cuerpo de modo un tanto incomprensible. Cuando este cuerpo está gravemente enfermo, totalmente inhábil y el hombre se siente como incapaz de vivir y de obrar, tanto más se ponen en evidencia la madurez interior y la grandeza espiritual, constituyendo una lección conmovedora para los hombres sanos y normales.
La respuesta que llega mediante esta participación, a lo largo del camino del encuentro interior con el Maestro […] Es una vocación. Cristo no explica abstractamente las razones del sufrimiento, sino que ante todo dice: «Sígueme», «Ven», toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz. A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. El hombre no descubre este sentido a nivel humano, sino a nivel del sufrimiento de Cristo. Pero al mismo tiempo, de este nivel de Cristo aquel sentido salvífico del sufrimiento desciende al nivel humano y se hace, en cierto modo, su respuesta personal. Entonces el hombre encuentra en su sufrimiento la paz interior e incluso la alegría espiritual.
“Por tu pasión y muerte en cruz, bendito Cristo de Ourense, ampáranos en la vida y en la muerte”. Pidamos al Santo Cristo de Ourense por nuestras intenciones y por las intenciones de toda la Iglesia (breve silencio).
Oración:
Oh Dios, que quisiste que tu amantísimo Hijo sufriese por nosotros el suplicio de la Cruz para arrojar de nosotros la tiranía del enemigo, concédenos a tus siervos, conseguir la gracia de la Resurrección. Por Cristo Nuestro Señor. Amén
]]>Día 29 de abril, jueves: 5º día de la novena.
Partícipes en los sufrimientos de Cristo.
No solo Cristo nos ha redimido mediante su sufrimiento y ha redimido el mismo sufrimiento humano, si no que también ha elevado y cargado de significado nuestro propio sufrimiento: éste, aceptado y ofrecido en unión al sufrimiento de Cristo, se convierte en una respuesta de amor al amor infinito de Cristo en la cruz y una participación del sufrimiento redentor de Cristo para el crecimiento del Reino de Dios.
De S. Juan Pablo II: “Salvifici doloris” 19-21.
En la cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido. Cristo —sin culpa alguna propia— cargó sobre sí «el mal total del pecado». La experiencia de este mal determinó la medida incomparable de sufrimiento de Cristo que se convirtió en el precio de la redención. De esto habla el Poema del Siervo doliente en Isaías. De esto hablarán a su tiempo los testigos de la Nueva Alianza, estipulada en la Sangre de Cristo. He aquí las palabras del apóstol Pedro, en su primera carta: «Habéis sido rescatados no con plata y oro, corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha». Y el apóstol Pablo dirá en la carta a los Gálatas: «Se entregó por nuestros pecados para liberarnos de este siglo malo»; y en la carta a los Corintios: «Habéis sido comprados a precio. Glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo».
El Redentor ha sufrido en vez del hombre y por el hombre. Todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno está llamado también a participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención. Está llamado a participar en ese sufrimiento por medio del cual todo sufrimiento humano ha sido también redimido. Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo.
Así pues, la participación en los sufrimientos de Cristo es, al mismo tiempo, sufrimiento por el reino de Dios. A los ojos del Dios justo, ante su juicio, cuantos participan en los sufrimientos de Cristo se hacen dignos de este reino. Mediante sus sufrimientos, éstos devuelven en un cierto sentido el infinito precio de la pasión y de la muerte de Cristo, que fue el precio de nuestra redención.
“Por tu pasión y muerte en cruz, bendito Cristo de Ourense, ampáranos en la vida y en la muerte”. Pidamos al Santo Cristo de Ourense por nuestras intenciones y por las intenciones de toda la
Oración
Oh Dios, que quisiste que tu amantísimo Hijo sufriese por nosotros el suplicio de la Cruz para arrojar de nosotros la tiranía del enemigo, concédenos a tus siervos, conseguir la gracia de la Resurrección. Por Cristo Nuestro Señor. Amén
]]>NOVENA AL SANTO CRISTO DE OURENSE
Catedral Metropolitana de Compostela
Misa en acción de gracias en la S. I. Catedral de san Martín
por el Obispo Electo D. Francisco José Prieto Fernández,
Obispo Auxiliar de Santiago de Compostela.
Día 7 – IV – 2021
«…llamó a los que Él quiso» (Mc 3, 13)
Exhortación apostólica postsinodal Pastores Gregis del santo padre Juan Pablo II (n. 10)
“La muchedumbre seguía a Jesús cuando Él decidió subir al monte y llamar hacia sí a los Apóstoles. Los discípulos eran muchos, pero Él eligió solamente a Doce para el cometido específico de Apóstoles (cf. Mc 3, 13-19). En el Aula Sinodal se escuchó frecuentemente el dicho de san Agustín: «Soy Obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros». Como don que el Espíritu da a la Iglesia, el Obispo es ante todo, como cualquier otro cristiano, hijo y miembro de la Iglesia. De esta Santa Madre ha recibido el don de la vida divina en el sacramento del Bautismo y la primera enseñanza de la fe. Comparte con todos los demás fieles la insuperable dignidad de hijo de Dios, que ha de vivir en comunión y espíritu de gozosa hermandad. Por otro lado, por la plenitud del sacramento del Orden, el Obispo es también quien, ante los fieles, es maestro, santificador y pastor, encargado de actuar en nombre y en la persona de Cristo. Evidentemente, no se trata de dos relaciones simplemente superpuestas entre sí, sino en recíproca e íntima conexión, al estar ordenadas una a otra, dado que ambas se alimentan de Cristo, único y sumo sacerdote. No obstante, el Obispo se convierte en «padre» precisamente porque es plenamente «hijo» de la Iglesia. Se plantea así la relación entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial: dos modos de participación en el único sacerdocio de Cristo, en el que hay dos dimensiones que se unen en el acto supremo del sacrificio de la cruz. Esto se refleja en la relación que, en la Iglesia, hay entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial. El hecho de que, aunque difieran esencialmente entre sí, estén ordenados uno al otro, crea una reciprocidad que estructura armónicamente la vida de la Iglesia como lugar de actualización histórica de la salvación realizada por Cristo. Dicha reciprocidad se da precisamente en la persona misma del Obispo, que es y sigue siendo un bautizado, pero constituido en la plenitud del sacerdocio. Esta realidad profunda del Obispo es el fundamento de su «ser entre» los otros fieles y de su «ser ante» ellos. Lo recuerda el Concilio Vaticano II en un texto muy bello: «Aunque en la Iglesia no todos vayan por el mismo camino, sin embargo todos están llamados a la santidad y les ha tocado en suerte la misma fe por la justicia de Dios (cf. 2 P 1, 1). Aunque algunos por voluntad de Cristo sean maestros, administradores de los misterios y pastores de los demás, sin embargo existe entre todos una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y la actividad común para todos los fieles en la construcción del Cuerpo de Cristo. En efecto, la diferencia que estableció el Señor entre los ministros sagrados y el resto del Pueblo de Dios lleva consigo la unión, pues los Pastores y demás fieles están unidos entre sí porque se necesitan mutuamente. Los Pastores de la Iglesia, a ejemplo de su Señor, deben estar al servicio los unos de los otros y al servicio de los demás fieles. Éstos, por su parte, han de colaborar con entusiasmo con los maestros y los pastores»”. El ministerio pastoral recibido en la consagración, que pone al Obispo «ante» los demás fieles, se expresa en un «ser para» los otros fieles, lo cual no lo separa de «ser con» ellos. Eso vale tanto para su santificación personal, que ha de buscar en el ejercicio de su ministerio, como para el estilo con que lleva a cabo el ministerio mismo en todas sus funciones”.Domingo de Resurrección:
La Iglesia de los orígenes no celebró sino una sola fi esta, la Pascua. No solo era la fi esta por excelencia, sino la única fi esta, la fi esta total de la cual no podía existir ninguna otra. La muerte y resurrección de Jesucristo era el núcleo de la predicación apostólica, el contenido de la fe y de los sacramentos. La vida social de la comunidad consistía en reflejar la pascua de Jesús en la convivencia y en la calle. La pascua es tan antigua como la misma Iglesia. Todas las celebraciones han nacido de la pascua. La pascua de Cristo en nosotros como esperanza de la gloria, una esperanza viva para siempre. La pascua de Cristo no es solo un suceso que ocurre dentro de la historia. Es un acontecimiento que funda y configura la historia. Con la resurrección de Cristo la eternidad se inserta en el corazón del tiempo. Y el núcleo de la predicación apostólica es que el Viviente, Cristo vive dentro de la comunidad. La pascua nos hace contemporáneos y partícipes de Cristo y de los misterios redentores de su vida. Cristo con su muerte y resurrección destruyó nuestro hombre viejo. Resucitando recreó nuestra vida nueva. Hay algo maravilloso y evidente en nuestra fe: si Dios es amor, resucitar es amar. La resurrección es un mensaje de animación y de vida. Parte de nosotros, de un Cristo no solo conocido, sino vivido. La resurrección nos invita e invita a la comunidad cristiana a renovarnos, pero no a renovar solo los papeles, sino renovarnos las personas. Hay que establecer contactos, y no solo proyectos. Debemos renovar convenciendo, no venciendo y pasar a ser una Iglesia misionera y en permanente misión para ser testigo de “esperanza viva para siempre”. La resurrección de Cristo nos exige pasar de ser una Iglesia instalada en el mundo a una Iglesia siempre comprometida en el cambio del mundo y siempre comprometida en la causa de los pobres y olvidados (Pastoral diocesana).
Vixilia Pascual na Noite Santa
Mañá, as 19.30 horas, no sábado santo pola tardiña, ten lugar a celebración da Vixilia Pascual na Catedral. É unha noite de vela, conmemorando a Noite Santa na que o Señor resucitou. Por iso san Agostiño chamáballe a nai de tódalas santas vixilias”. Na Igrexa ortodoxa a celebración dura toda a noite e remata pola mañanciña do domingo ca nacida do sol. Estas son as partes a ter en conta: bendición del lume e encendido do cirio pascual (Cristo, luz do mundo); canto da Anxélica (precioso pregón pascual); coa palabra de Deus repaso a historia da salvación; bendición da auga, renovación das promesas bautismais e bautismo de catecúmenos. E, o máis importante, a celebración da Eucaristía da vixilia de pascua, Aleluia.
Venres Santo na Paixón do Señor
Santo Viacrucis en la Catedral
El Viacrucis es el ejercicio de piedad más valorado para venerar la Pasión del Señor, participando con su afecto en el último tramo del camino recorrido por Jesús durante su vida terrena: el Monte de los Olivos, el Monte Calvario, el jardín donde fue sepultado en un sepulcro nuevo. El Vía Crucis es la síntesis de varias devociones surgidas desde la alta Edad Media la peregrinación a Tierra Santa para visitar devotamente los lugares de la Pasión del Señor; la devoción a las «caídas de Cristo» bajo el peso de la Cruz; la devoción a los «caminos dolorosos de Cristo», la devoción a las «estaciones de Cristo», esto es, a los momentos en los que Jesús se detiene durante su camino al Calvario. En su forma actual, que está ya atestiguada en la primera mitad del siglo XVII, En el ejercicio de piedad del Vía Crucis se acentúan varios rasgos de la espiritualidad cristiana: la comprensión de la vida como camino o peregrinación; la vida como paso, a través del misterio de la Cruz, del exilio terreno a la patria celeste; el deseo de conformarse profundamente con la Pasión de Cristo; las exigencias de la sequela Christi, llevando cada día la propia cruz (cfr. Lc 9,23)Pero, para realizar con fruto el Vía Crucis, debemos tener presentes lo que sigue: “el Vía Crucis es un ejercicio de piedad que se refiere a la Pasión de Cristo; sin embargo es oportuno que concluya de manera que los fieles se abran a la expectativa, llena de fe y de esperanza, de la Resurrección” Galería de fotos:
Xoves Santo na Cea do Señor